El día comenzó como una caminata normal por el denso bosque. No me imaginaba que se convertiría en una aventura extraordinaria.
Mientras seguía el sinuoso sendero, mi perro, Max, se desvió repentinamente, moviendo el hocico con curiosidad. Lo seguí, esperando que me llevara a una ardilla o un conejo. En cambio, me condujo a una pequeña cueva escondida.
Vacilante, miré hacia la oscuridad. Un tenue resplandor parecía emanar del interior. Despertado por la curiosidad, me aventuré a entrar. La cueva estaba húmeda y mohosa, el aire impregnado de un olor a tierra y descomposición. Mientras mis ojos se acostumbraban a la tenue luz, vi algo que me dejó sin aliento.
En el centro de la cueva, apilados en una gran cantidad de objetos romanos, se encontraba un tesoro oculto. Monedas de oro, estatuas intrincadamente talladas y gemas preciosas estaban esparcidas por el suelo. Pero lo que realmente me asombró fue la serpiente que me había conducido a esta cámara oculta. Se enroscaba alrededor de una pila de monedas de oro, con sus ojos brillando con una inteligencia asombrosa.
Parecía que la serpiente había custodiado este tesoro durante siglos, y su presencia disuadía a cualquier posible ladrón. No pude evitar sentir gratitud hacia la criatura. Me había llevado a un descubrimiento que jamás imaginé. Mientras recogía cuidadosamente el tesoro, no pude evitar preguntarme qué otros secretos albergaba el bosque.